martes, 28 de julio de 2009

Camino a Toloumne Meadows

Los hombros y la cintura molidos del peso de las mochilas y el sendero parecía desaparecer de repente, pero lo que parece no es siempre cierto. El sendero, como en otros tramos anteriores tan solo transformaba su composición de tierra, hierba y gigantes árboles sequoias a un camino hecho de pura piedra de granito. Lo que unos segundos antes parecía un bosque, ahora se abría hacia un precipicio de rocas. Mis piernas pararon de caminar y yo solo podía observar con la boca abierta lo que tenía delante de mi.

"Hope.... Mira esto!!!!"

Interrumpí el trance en el que estaba sumergido para advertir a Hope de lo que estaba a punto de encontrar. Ella venía unos pasos detras aún mas molida que yo y aunque su cuerpo le rogaba que se quitara la mochila y parara de caminar, su ilusión y alegría de estar donde estabamos era aparente en su cara.

Allí fue cuando me di cuenta de lo que realmente estabamos haciendo. Estabamos en la fase final de nuestro primer día en las montañas del Parque Nacional de Yosemite y la realidad chocaba contra todos mis deseos e imaginaciones previas de lo que sería una aventura como esta. Miramos hacia atras, observamos el suelo rocoso en el que descansaban nuestros pies, y observamos lo que había alrededor:

Estabamos en la cima de una montaña de granito y nuestro sendero se dirigía hacia un valle que se encontraba mucho mas abajo. El valle, con su abundante vegetación y un riachuelo que lo cortaba en mitad, contrastaba con las dos grandes montañas rocosas a su alrededor. Como es de esperar, al otro lado del valle se encontraba otra gran montaña por la que continuaba nuestro camino. Todo lo que acabo de describir se encontraba a nuestra mano derecha y era parte de nuestro destino final. Este valle y estas dos montañas forman parte del Gran Cañon de Toloumne y allí estabamos observando esa gran apertura en el terreno y las grandes montañas de la Sierra Nevada de California que parecían tocar el horizonte.

Cuando traté de explicarle a mi mejor amigo Chris lo que senti al ver este lugar, me quitó las palabras de la boca antes de yo poder decirlas:

"Frente a la grandeza y magnificencia de la naturaleza, no soy nada si no un punto diminuto".

Había tenido una sensación muy parecida antes observando el Teide en Tenerife o admirando la fuerza del mar en un día de tormenta, pero siempre tuve esta sensación acompañada de un cierto nivel de seguridad y comodidad. Aquí, en este lugar salvaje y con la carretera más cercana a muchos kms. de distancia, la única seguridad que tenía era la compañía de Hope. Aquí yo solo tenía el control de mis acciones, y estaba a la merced de la naturaleza.

Nuestros cálculos indicaban que habíamos recorrido más o menos unas siete millas y queríamos hacer un total de más o menos diez para poder llegar a nuestro destino final con comodidad en los próximos tres días. El mapa coincidía al cien por cien con el terreno que trotabamos y esto suponía un pequeño alivio al saber que por lo menos estabamos en la ruta correcta. Tal y como advertía el mapa, la bajada hasta el valle era una serie de zigzags que tardamos mas o menos media hora en recorrer.

Ya habíamos visto bastantes animales salvajes durante nuestro primer día de excursión y ya casi llegando al valle nos encontramos con otra curiosa marmota; esta mucho mas simpática y amistosa que las anteriores. Como todos los animales que habíamos encontrado, este mantuvo su distancia a nosotros pero no parecía encontrar ninguna razón para tenernos ningún miedo. Salió al sendero de repente y corrio sin extremada prisa delante de nosotros para esconderse debajo de una roca. Este bicho parecía una especie de ardilla sin cola, gorda y gigante. Paramos para observarla y ella tambien nos miraba desde su cuevita bajo la roca. Estaba ella más curiosa que nosotros y decidió salir al sendero y acompañarnos unos pasos más. Otra vez salió del sendero pero esta vez lo hizo no para esconderse, si no para lucir su belleza encima de una roca. Allí, con el viento soplando en su cara, se echó al sol y posó como una modelo de Playboy en las playas de Hawaii o como no, Tenerife. Aprovechamos para acercarnos, sacar unas fotos y despedirnos de nuestro pequeño nuevo amigo.

Una vez alcanzada la zona mas baja del valle, el camino de roca se convirtió en una hierba muy espesa que escondía los pasos de los últimos caminantes que anduvieron en este sendero. Con suerte y un poco de cuidado, pudimos encontrar el lugar donde el camino se hacía visible otra vez. Miramos hacia atras y observamos la montaña rocosa que acabábamos de bajar. Allí arriba habíamos dejado a la marmota dándose la ducha de rayos de sol y ahora nos encontrábamos entrando en un bosque en el cual otros huéspedes nos estaban esperando: Los mosquitos. Ya comenzabamos a notarlos en nuestros cuellos y brazos justo antes de cruzar el riachuelo que bajaba desde la cima en el fondo del valle. Dentro del pequeño bosque, se volvieron insoportables hasta el punto en el que parar de caminar por cualquier razón suponía poco menos que una tortura. La alegría de los hambrientos insectos al descubrirnos era nuestra motivación para caminar más y más deprisa.

Teníamos un pequeño dilema: El agua en nuestras botellas estaba casi agotada y necesitábamos parar y filtrar un poco de agua del riachuelo si queríamos salir de aquel bosque infestado de mosquitos y comenzar a subir la proxima montaña. Eran las cinco de la tarde y estaba un poco preocupado por que ya era hora de comenzar a buscar un sitio para acampar y pasar la noche. No teníamos ningunas ganas de pasar la tarde metidos en una caseta por culpa de aquellos bichos, osea que solo nos quedaba la opción de subir la proxima cima donde sabíamos que habían muy buenos sitios para acampar. Decidimos parar y llenar las botellas en el riachuelo lo más rápido posible para que los bicharracos no nos comieran vivos pero antes de que pudiera sacar el filtro de la mochila, ya podía sentir las pequeñas picaduras en los brazos. Fue en ese momento cuando vimos algo moverse entre los árboles. En seguida nos dimos cuenta de que eran dos personas acercandose entre los matorrales y aunque los mosquitos no cesaban de buscar por donde chupar, me dio cierta alegría encontrar a otro grupo de personas en esta zona tan remota.

John y Ryan eran dos chicos de la zona de Oakland, California y estaban haciendo una excursión de siete días. Aquel día en particular, su caminata se había hecho corta de manera inesperada porque habían perdido de vista el sendero y no sabían como salir de aquel valle y continuar hacia donde se dirigían. Ellos estaban tan contentos de encontrarnos como lo estabamos nosotros pero nos dirigíamos en direcciones opuestas y el sol ya avisaba de que se iba a esconder detras de la montaña.

Estos tíos habían encontrado una gran roca de granito al otro lado de los árboles donde no habían tantos mosquitos. Justo al lado corría un pequeño riachuelo que acababa en un gran charco que utilizamos como piscina natural. Allí decidimos pasar la noche; tal y como siempre había imaginado my primera noche fuera de la civilización. Allí sentado junto al fuego, cansado de tanto caminar y arrarstar aquella mochila, me sentí vivo y mejor que nunca. Estaba nuevamente viviendo el presente y no podía acordarme de la última vez que había hecho esto. En aquel lugar estaba tan lejos de todo lo material que había acumulado en mi vida pero al alcanze de todo lo necesario. El dinero no importaba, el teléfono no tenía covertura, mis sobacos apestaban y mi barba crecía.

Pensé en la marmota que habíamos conocido y en la buena vida que le había sido otorgada.
- ¿que pensará ella de nosotros?
Miré alrededor pero el fuego solo penetraba unos metros en la oscuridad. Las montañas desaparecieron pero podía oir el agua del riachuelo que bajaba por la gran roca. El silencio era roto solo por el sonido del agua y la madera que iba poco a poco desintegrándose en el fuego. El fuego tambien poco a poco desapareció y finalmente miré hacia el cielo y contemplé el mayor número de estrellas que alguna vez pude haber imaginado.